miércoles, 19 de octubre de 2011

ENTRE LAS MALAS GRASAS TRANS Y LA IDEOLOGÍA TRANS




En investigación hablamos de “perfil psicosocial” cuando buscamos lo transversal de otras variables sociodemográficas como la edad, el sexo, el hábitat o la clase social. Llamamos perfil psicosocial al conjunto de valores que utiliza el ciudadano para mirar, juzgar y actual en la realidad social que le rodea, sea esta su entorno vital inmediato o su entorno global más lejano.

Los valores nos permiten mirar al mundo, a nuestros semejantes y a nosotros mismos y actuar en consecuencia –o no-. Los valores sociales en su articulación política –en teoría y praxis- definen las diversas ideologías que todos conocemos, pero los valores sociales no se reducen a lo político o lo económico sino que afectan a todos los roles sociales de la persona y ordenan sus actitudes. Las actitudes son las predisposiciones a responder de una determinada manera con reacciones favorables o desfavorables hacia algo. Las integran las opiniones, las creencias, los sentimientos, las conductas en estrecha interrelación y son los valores y actitudes las que delimitan al final nuestra forma de consumir, las marcas preferidas o, mejor dicho, los discursos –publicidad- con los cuales las marcas se comunican –se venden- con nosotros y nosotros con ellas al utilizarlas, comprarlas, lucirlas, ponérnoslas o… votar.

Desde la sociología y la psicología social se han diseñado mil métodos para medir los valores y las actitudes (odiosos y prolijos cuestionarios, encuestas, observaciones, etcétera), pero es el análisis del discurso social quién mejor permite acercarse a lo que esos valores y esas actitudes significan para el ciudadano. Luego les ponemos etiquetas chulas para que el cliente entienda: que si consumidor tal, que consumidor cual, que si 1 en la escala, que si 5, que si “militante de izquierdas”, que si “progresista difuso”, que si “conservador integrista” que si “neocon”, “antisistema”…La nomeclatura que inventamos es chula, lucida y lúcida (como todas las fábulas) pero llega la realidad y detectamos que eso de la coherencia de valores está muy bien para los discursos, los mítines, los libros y la barra del bar con los amigos y unas cervezas pero la re-a-li-dad, los comportamientos, lo que hacemos de verdad los ciudadanos en nuestra vida y con nuestra vida cotidiana es distinto. Así que los sociólogos y los psicólogos, tan ocurrentes siempre, bautizamos el monstruo, alien, novedad, engendro: “es que hoy somos Transideológicos”.

Para hablar de este perfil hay que hacer un poco de historia. La sociología ha vivido años de apasionantes polémicas: el pensamiento “débil” -G. Vattimo-, la postmmodernidad, el fin de la historia –F:Fukuyama- y, sobre todo el penoso y necesario desmoronamiento de los aparatos ideológicos sustentados por la existencia de los países de socialismo real parecía reafirmar por la vía incuestionable de los hechos lo que hasta esos años eran solo deducciones, intuiciones o deseos: el declive –o el fin- de las ideologías clásicas.  Pero la mayoría de los políticos y ciudadanos, al menos en apariencia, seguían produciendo discursos de derechas o de izquierdas, progresistas o conservadores y posicionándose en ellos aunque tuvieran que ajustar, suavizar, actualizar algo los términos, y los partidos se llaman ahora de “centro moderado” o de “centro progresista”. Pero había ciudadanos y/o consufimores difíciles de analizar con los ejes tradicionales izquierda/derecha o progresista/conservador, gentes que no permiten un posicionamiento claro.  Millones de ciudadanos que por sus respuestas a determinadas y clásica preguntas filtro, por su voto, su periódico o su perfil de consumo habíamos predefinido o etiquetado como “progresistas” o “conservadores” –de más a menos- sin embargo en sus opiniones, acciones cotidianas, comportamientos o pensamientos sobre tal o cual tema determinado se posicionaban en otro lugar que no se correspondía con su ascripción ideológica inicial.

En la historia de  la ideologías en España  desde principios del siglo XX hasta los años ochenta del citado siglo, ser o asumir como propia una ideología –izquierda, derecha y todos los puntos intermedios-  implicaba actuar o comportarse en casi todos los ordenes de la vida –sobre todo de la vida pública, pero también en la privada- de una forma determinada en función esa forma de pensar o de “ver y nombrar al mundo”, implicaban una ética o una moral integral (éramos Kantianos sin saberlo). Y no hacerlo así, suponía no ser “integro”, tener y sufrir “mala conciencia”, ser un “mal marxista” o un “conservador fariseo” o simplemente un “traidor a la causa”. La ideología estaba presente en la educación, las formas de familia, el amor y las relaciones de pareja, el trabajo, las formas de consumo, la forma de vestirnos o de  percibir a los países –y sus habitantes- según representaran el paraíso o infierno capitalista o socialista... Y si no era así, si nuestra forma de vivir y de sentir no reflejaba en determinados comportamientos o acciones, era mejor que no se supiera, nos habrían mirado mal: “progre de boquilla”, “izquierda divina”, “traidor a su clase” o cosas mucho peores. Por supuesto que el análisis se presta a razonamientos más profundos, extensos y matizados pero en resumen, esta parecía ser la norma y esa herencia convenientemente suavizada por lo soft y lo light de la modernidad se mantuvo en la dermis social –perdón por usar un término tan cosmético- durante las siguientes décadas hasta hoy.

Pero ahora, de pronto, todo parecía apuntar que las cosas habían cambiado aunque todos conserváramos la imagen, la apariencia de ser más o menos Tirio o Troyano, pero cuando profundizamos en la vida, el comportamiento, la opinión de este ciudadano sobre todos los temas que le afectan como sujeto paciente o actante (René Thom) la representación gráfica de su ideología ya no era una nube de puntos más o menos próximos a tal o cual espacio del eje progresista-conservador sino un zigzag anárquico y arbitrario que saltaba de un espacio a otro. Y lo asombroso ante los “inocentes” ojos del sociólogo no era sólo esta realidad sino que los ciudadanos no tenían ningún problema de conciencia al ver y hablar de este zigzag ideológico sino que los ciudadanos lo asumían como algo normal y sobre todo sensato, juzgando como locura cualquier purismo ideológico y tachando dicha forma de comportarse y de pensar como integrisma-. (ya lo había dicho años antes Isaiah Berlin más finamente)

Uno podía ser por ejemplo muy de derechas en el tema de los impuestos y muy de izquierdas cuando hablaba de relaciones afectivas o sexuales, y seguir saltando así a la derecha o a la izquierda según el tema o suceso del que se hablara. Aunque lo más asombroso a la observación sociológica era el desparpajo, la sinceridad, la claridad de los ciudadanos a la hora de sumir estos “saltos” como naturales sin el menor asomo de mala conciencia. Acuñamos así el término “transideología” para definir este hecho. “Tras” por la acepción “a través de”, Porque no se trataba tanto de un fin de las ideologías como de una forma de asumir la ética -y la estética- de las mismas “cogiendo lo bueno de unas y otras”, posicionándose en un lugar u otro del eje según fuera el tema, el suceso o el hecho del momento. 

La existencia de un pensamiento transideológico en la sociedad española era difícil de asumir también para el investigador; aquellos sociólogos que se consideraban más de izquierdas tachan a la transideología como una forma nueva, evolutiva, “adaptativa” del pensamiento conservador, por el contrario los que se consideraban más conservadores veían en la transideología una forma encubierta y sibilina de progresismo.

Y en este mar quieren pescar todos los grandes partidos, PP y PSOE beben de esa misma fuente. Solo los Indignados y el movimiento 15 O. ha roto con esta ideología liberal-progresista transideológica construyendo primero desde lo emocional y más tarde desde la ideología, una nueva alternativa de valores muy distintos a los que la publicidad y la propaganda lleva medio siglo vendiendo con éxito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario